No hay nada trivial

La gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se llevaba su alma a la tierra de los muertos, pero a veces, algo malo ocurre, y acarrea una gran tristeza, y el alma no puede descansar en paz. Y a veces, sólo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

La nieve

Ya ni siquiera siento las mismas cosas, no podría decir que estoy estancada en una sola silueta, porque la verdad es que estos cristales rotos a través de los cuales puedo ver ciertas cosas son producto sólo de no ser capaz de entregarme nuevamente. 

Es decir, reviso una y otra vez los escritos, leo y releo las cartas, escucho las mismas melodías mientras boto la melancolía, hago conexiones, realizo búsquedas, averiguo cosas, mascullo su nombre, olfateo ese olor a jabón de miel y chocolate, me hundo entre agujeros cafés y dibujos en la piel, pero no logro entender cómo fue que lo hice, o que lo hizo. 

Suena tan desesperado para mi gusto, pero qué hay de malo en reconocer los miedos, especialmente cuando tienen más de una justificación basada en las consecuencias de este mismo sistema. Qué hay de malo si a pesar de todo sí estoy más grande y tomo decisiones diferentes a las que tomaba hace un par de años.

No sé quién era yo antes de vivir de verdad. Y no sé quién soy ahora, porque no podría precisar cuán viva estoy. 

Diciembre está cada vez más cerca. Díganme que no se han dado cuenta de que es el mes donde más escribo todos los años, y también he escrito en reiteradas ocasiones acerca de él. Porque es el mes en donde veo hasta dónde llegué. Se define si puedo ver la nieve o no. Es el mes en donde me siento al lado de mi ventana y observo por veinte minutos la calle, los niños jugando, las luces navideñas de las casas vecinas, el cielo más azul que nunca y la nieve, la fría y blanca nieve que a penas cae se derrite porque esto nunca fue de película. Sin embargo, miro hacia adentro del hogar y me doi cuenta que esta todo tal cual lo imaginé alguna vez. Con ese cielo azul se contrastan los colores cálidos de la casa, colores de madera natural. Supongo que el árbol, los adornos, las luces, los regalos, la cena, los trajes y todas esas vainas no son más que el reflejo del amor que queremos que permanezca ahí dentro y no se vaya nunca, quizás por eso siempre quise tanto tener lindas navidades. Hoy no quiero nada, absolutamente nada, ni siquiera el más mínimo gesto, porque insisto, ya no puedo precisar cuán viva estoy.

Jorge Drexler - Inoportuna.

sábado, 9 de noviembre de 2019

A las barricadas.

Lo malo de dejar pasar tanto tiempo, es que se acumulan tantos sentimientos que cuesta demasiado ordenarlos y ponerlos en una pantalla; de hecho, en estos momentos se me están desangrando los órganos, porque tal acumulación generó un estallido y el alma se me incendia. 

Para mí se siente como el comienzo del fin.

Semanas antes del fin, estaba realmente desesperada. Habían vuelto fantasmas que pensé que ya no volverían a molestarme. Se agudizaron profundamente los autoatentados, porque no era capaz de querer a quién veía del otro lado del cristal. No era capaz de ayudarla, de darle una mano para que se levantase del suelo. Intenté mil veces hacer todo lo necesario para auxiliarla durante cada crisis de pánico pero todo lo necesario nunca fue suficiente. Corría y avanzaba kilómetros, pero una cuerda me atajaba y me devolvía siempre al inicio. Comenzaba de cero una y otra vez y eso me tenía desequilibrada al punto de empezar a decaer en el hoyo más oscuros del 2015. Estaba deprimida, completamente deprimida. Ni siquiera era capaz de continuar el ritmo que en algún momento logré instalar para sentir aunque sea un poco de estabilidad. No quería salir, no quería estudiar, no quería esforzarme, no quería nada más que dormir y que la ansiedad se comiera mi autoestima. Y ahí, en medio de esa guerra, cuando ya sólo me quedaban las últimas cartas por apostar, cuando estaba a punto de calmar mi mente a través del orden superficial y de los estabilizadores emocionales, llegó el viernes.

Ese día me levanté sin ningún propósito. Mis pies y mis manos se movían acordes a la rutina. No había estado en ninguna revuelta masiva en las estaciones de metro, por lo que lo único que quería hacer realmente ese día era ser parte de una. Me levanté, me bañé, almorcé, me fui a la clase sobre la historia de la colonización en África. Al salir con dos amigues fuimos a comer papas fritas y luego a las pircas por unas cervezas. Estaba con la generación de cuarto, quienes tenían una salida a terreno en un par de horas y tenían ahí todas las cosas listas. 

Yo seguía sin planes y sin propósitos, de hecho, durante el día me habló para preguntarme qué haría ese día (con la intención de que hiciéramos algo), y yo le dije que no sabía, que estaba en clases y no tenía ganas de nada, que esperaría a la evasión masiva convocada a las 6 en metro U católica para poder irme a mi casa a lo que ella me respondió que quería algo similar. Estuve haciendo la hora con la gente de cuarto y cuando ya dieron las 6, fui con dos amigas a ver qué sucedía realmente con la convocatoria. 

Para mi sorpresa, no ocurrió ninguna evasión masiva, simplemente la ciudad entera comenzó a destruirse de a poco, a partir de esos momentos. Se sentía el olor al caos, las calles estaban llenas de gente porque los metros estaban cerrados y nadie sabía cómo volver a sus casas, mientras que al mismo tiempo les indignades estaban llenando la alameda con gritos, barricadas, cortes de tránsito, etc. 

De repente sin pensarlo, inhalé tanta lacrimógena que caminé ciega por Portugal hasta toparme con una señora que estaba en el suelo sangrando porque se había desmayado con el olor y se había pegado en la cabeza. Con otros cabros que ayudaron hicimos todo un trámite para poder llevarla a la posta, y cuando por fin nos aseguramos de que la atendieron y nos comunicamos con un familiar de ella para que la fuera a buscar pude volver al caos que me llamaba con una tentación demasiado grande. 

De pronto era de noche y las calles estaban llenas, habían barricadas en todas las esquinas, se incendiaban los paraderos, se saquearon un sin fin de tiendas que nos abastecieron de comida para el pueblo. Vi tanto fuego, vi tanta rabia y tanta recuperación que de alguna manera volví a sentirme viva. Era hermoso todo, sin embargo, algo extraño se avecinaba, y es que esta no era una movilización cualquiera, no era como las otras, el ambiente era completamente diferente. La policía no dio abasto y en cada esquina en la que estuve no llegaba, no llegaba el guanaco, ni los piquetes ni el zorrillo. 

Se quemaba un Banco de Chile mientras la gente salía del OK Market y del McDonalds con carros de comida y la represión no llegaba. Le comenté muchas veces a una amiga que tenía una sensación rara y que me parecía extraño todo, que sentía que algo tramaba el gobierno o que en cualquier minuto llegaría la yuta con todo para hacernos cagar en encerronas. Hasta que sí po, de pronto me ví corriendo de la policía que se metía en cada espacio al cual yo llegaba, y cuando llegamos a la FAU con mi grupo de amigues nos quedamos en Serigrafía un poco descolocados con todo lo que estaba pasando y escuchando rumores y rumores sobre que el Gobierno sacaría a los milicos a las calles y decretaría un estado de excepción. Pero eran rumores hasta ese entonces y rumores que ya había escuchado antes, por lo que no le prestamos tanta atención, sin embargo, sentíamos miedo, una sensación extraña nos recorría el cuerpo, era tarde y yo ya no pude volver a mi casa, nos fuimos al departamento de una amiga y decretaron el estado de excepción. Prendimos la tele y vimos como estaban saliendo los milicos del cuartel. 

Declararon toque de queda y de pronto por todo Santiago se escuchaba el sonido de la cacerola, volviendo al 73' que yo nunca viví. Dormimos re poco y nos levantábamos cada 5 minutos al balcón porque escuchábamos disparos, peleas, etc. Cuando desperté al otro día lo primero que vi fue una foto de los milicos en mis barrios y se me descolocó todo un poco. Me fui a mi casa y comenzó todo, comenzó el fin. 

En las poblaciones la revuelta se vivía de forma diferente que en el Centro, y estuve la primera semana dividida entre La Granja y el centro. Acá se desató el pánico, se expandieron los rumores sobre los saqueos a las ferias, a los pequeños negocios, a las casas, y la gente se organizaba para protegerse. En el centro era una guerra, de hecho el gobierno nos declaró la guerra y nosotros nos la tomamos a pecho. Han habido asesinatos, muchos, torturas, centros de torturas, violaciones por parte de los pacos, ojos perdidos, hoy salimos a las calles y nos disparan balines, le agregaron gas pimienta a la lacrimógena y todo lo que nos tiran esta cada vez más tóxico. 

Podría seguir detallando cómo ha sido toda esta revuelta, pero en verdad sólo quiero decir cómo me he sentido, y es que no sé. 

De alguna forma volví a la vida, porque llevo esperando esto toda mi vida. 

Como leí por ahí "no era depresión, era capitalismo" y como leí por otro lado "hasta que valga la pena vivir". Son dos frases escritas en las murallas que me hicieron tanto sentido. 

Toda esa depresión que me tenía hundida durante el último tiempo, no era más que las crisis de este sistema reflejándose en mi cuerpo y en mi vida. Este sistema además de quitarme lo que nos quita a todos los pobres, la salud, la educación, la dignidad, la libertad, también me quitó la alegría, las ganas de vivir, la sonrisa, me quitó un poco de todo el amor que tenía. Me arrebató el autoestima, me la hizo pedazos. Y cómo sé que es así, porque de pronto vino esta revuelta y me devolvió un poco de todo lo que me quitó el neoliberalismo. 

Vinieron las barricadas y me levantaron del suelo, me mimetizaron con el fuego, los forros encendieron mi fuego interior, ese que es eterno. Ahora quiero estar afuera todos los días, todas las noches. No quiero nada más que ver arder todo. Pausé mi vida, pausé la depresión, pausé los tratamientos, las tareas pendientes, mis sentimientos, mi vida amorosa, mis amores, mis ejercicios, lo pausé todo, porque lo más importante es entregar todo lo que se pueda entregar para poder vencer. 

Pero no puedo negar que los fantasmas siguen rodeándome, y estoy teniendo una guerra interna y una externa. De día peleo con la policía y de noche peleo con mis monstruos que me alejan de la gente, que me separan de las personas a las que quiero, incluso de mí misma, y me quedo sola, viviendo y sintiendo esta lucha en completa soledad, porque las heridas quedan perpetuas y se abren, las coso y se abren nuevamente. Me queda tan poco tiempo para llorar, para sentir pena, que a penas tengo unos minutos exploto, y ya he explotado varias veces, pero me recupero, porque aquí cada día es continuar.


jueves, 26 de septiembre de 2019

Sucesos surrealistas II


Cuando tenía aproximadamente 4 años, mi mamá comenzó a darse cuenta de que algo raro pasaba conmigo, porque repetidamente perdía la conexión con la vida y me quedaba atrapada sin poder reaccionar. Me llevó al médico, en donde le dijeron que no parecía tener nada, pero que de todas formas me iban a mandar al neurólogo para estar seguras. 

Cuando fui al neurólogo pediátrico, me hicieron pruebas de concentración, como caminar en una línea recta, identificar dibujos, etc., y nuevamente le dijeron a mi mamá que yo no tenía nada, que estaba en perfectas condiciones, sin embargo, justo (y de suerte) en ese mismo momento se me fueron los ojos hacia arriba y nuevamente quedé inmóvil. "¡Eso es, eso es lo que le pasa!", dijo mi mamá, y ahí el neurólogo comprendió que efectivamente algo me pasaba. Posteriormente me hicieron un electroencefalograma, que es uno de los principales estudios para detectar la epilepsia. Me pusieron electrodos sobre el cuero cabelludo mientras la asistente me hablaba: -"Hola, ¿cómo te llamas" -"Hola, Natalia", -"¿Cuántos años tienes? -"Cuatro". Se repetía nuevamente mientras incitaban una crisis "Hola, ¿cómo te llamas" -"............", no había respuesta de mi parte, y así estuve respondiendo las mismas preguntas una y otra vez sin entender nada. 

Tuve lo que se conoce como crisis de ausencia, que son un tipo de crisis epilépticas que interrumpen la función cerebral haciendo descargar de forma brusca a todas las neuronas de la corteza al mismo tiempo. Lo que me sucedía, es que de la nada me quedaba inmóvil, mis ojos se iban hacia arriba y durante segundos o a veces minutos no reaccionaba ante nada, quedaba completamente ida. Cuando volvía de una crisis, volvía como si nada hubiese pasado, porque yo nunca supe que me daban, y seguía haciendo lo que estaba haciendo anteriormente. A partir del momento en que me detectaron la epilepsia, mi familia, particularmente mi mamá, comenzó a tener un cuidado especial conmigo y por cosas obvias, ejerció sobre mí una sobreprotección. Por un lado, tenían que estar atentos siempre por si me venía una crisis, y por el otro, también debían comportarse naturales conmigo, porque no me podían hacer pasar sustos, ya que yo no sabía que estaba enferma, por ende, siempre que tenía una crisis, mi entorno debía encargarse de que al volver de ella todo debía seguir tal cual estaba y que yo no notase nada extraño

Comencé el tratamiento que duró aproximadamente 3 años. Justo calzó con la fecha en la que entré al colegio, por lo que mis respectivas profesoras debían estar atentas para darme el remedio, sin embargo, mi mamá un día se dio cuenta de que no me estaban dando el remedio todos los días, así que habló en el colegio para poder ir ella personalmente y asegurarse de que lo estaba tomando. Una de las crisis más riesgosas que tuve, fue cuando iba cruzando la calle. Íbamos una amiga del colegio, su mamá, mi mamá y yo camino a la casa, cuando de repente con mi amiga corrimos (como lo hacíamos de costumbre) hacia la otra vereda cruzando la calle en donde inmediatamente debíamos doblar, pero mientras mi amiga dobló, yo seguí de largo, cruzando sola con todos los sentidos perdidos. Mi mamá claramente tiró todo lo que tenía en las manos y corrió a sacarme de la calle, pero siempre teniendo el cuidado de hacerlo suavemente para que yo no me asustara. 

Hoy le pedí que me contara detalladamente como fue todo ese proceso, y me enteré de que fue una época bastante dura para mi familia más que nada, porque yo nunca entendí nada y para mi todo siempre fue un juego, el ir al médico, los exámenes, y toda esa rutina nunca me afectó realmente. No obstante, eran ellos (particularmente mi madre) quienes se llevaron la preocupación más fea, ya que incluso los médicos les dijeron que yo al entrar al colegio iba a tener severos problemas de aprendizaje y de concentración, cosa que a mi mamá le dolió en el alma, pero nunca fue así realmente. 

Una vez en un almuerzo familiar grande, una tía que nunca me había visto así me vio entrar en una crisis y fue tan fuerte para ella que comenzó a llorar, y mis padres al pedirle que se calmara porque yo no podía verla así, se tuvo que parar e ir a llorar afuera. 

La razón por la que quiero revivir todo esto, es porque he estado durante más de un año tratando de buscarle razones a un montón de cosas en mi vida, desde actitudes propias hasta trastornos psicológicos. Hace un tiempo que estoy en psicoterapia, y he estado llevando un proceso de autodescubrimiento, en donde se me ha hecho necesario volver el tiempo atrás y dar con estas respuestas. Leí por ahí, que las consecuencias neuropsicológicas de haber sufrido de epilepsia comprenden alteraciones de la memoria, del humor, de la capacidad intelectual, del comportamiento, la concentración y que también influye en desarrollar cuadros de depresión, ansiedad y psicosis. 

Cuando entré al colegio, mi mamá estaba sumamente satisfecha conmigo, ya que nada de lo que le dijeron los médicos se había cumplido. Tuve un rendimiento impecable y el aprendizaje nunca fue un problema para mí. Sin embargo, he pensado que quizás los médicos no estaban tan equivocados, y que quizás no explicitaron cuándo podría realmente presentar estas secuelas, ya que efectivamente he notado como poco a poco se ha ido deteriorando mi memoria, situación que es cómica para mi círculo de amigos e incluso para mí, porque soy malísima para recordar rostros, calles, lugares, situaciones e incluso cosas que sucedieron hace muy poco. También mi concentración ha ido desapareciendo con el paso de los años, y siento que cada vez pierdo más el poder de estar atenta incluso frente a algo que me gusta y sobre lo que estoy completamente interesada. Me cuesta estudiar, más de lo normal, dejé de tener un rendimiento impecable, ya no soy el mejor promedio como en cuarto medio y a veces ni siquiera me alcanza para defenderme. Hay cosas básicas que yo no las sé porque cuando fue el momento de aprenderlas mi cabeza estaba en otro lado. Además, los trastornos psicológicos tampoco quedan fuera de mi vida. Desde el 2015 que desaté una depresión tan fuerte que jamás pensé que iba a vivir, porque tal como salía en la foto, siempre fui una niña bastante feliz pese a todo. Me costó salir de ahí, pero salí, sin embargo, he estado viviendo procesos en donde de la nada, absolutamente de la nada me vuelven los bajones y en casos más extremos las crisis de pánico. Por eso estoy en psicoterapia, en donde me diagnosticaron un trastorno limítrofe de personalidad, por lo que fui derivada al psiquiatra y se supone que ahora en octubre comenzaré a ir. 

Yo sé que existen muchas razones para todo, de hecho este mismo sistema que nos sofoca y nos hunde genera la elevación de los trastornos psicológicos. No obstante, sentía tan necesario comprender esta historia para poder comprenderme un poco más a mí, y quise compartirla con ustedes, para que de alguna forma también comprendan mi forma de ser, el por qué soy tan despistada, desorientada, por qué a veces me encierro y no les respondo, por qué cambio bruscamente de ánimo, entre otras cosas, y  también para que se pueda hablar más sobre esto, sobre la salud mental y cómo nuestra historia, nuestras vivencias e incluso las enfermedades que nunca supimos que padecimos nos convierten en la persona que somos hoy, con todos nuestros defectos y trastornos que en muchas ocasiones no quisimos generarlos y por lo tanto no somos culpables, pero sí conscientes para aceptarlo y trabajarlo. 

La epilepsia es una enfermedad de la que se habla tan poco, sobre todo la que tuve yo, que no es la más común. Abrazo a la Natalia de 4,5, 6, 7 y 8 años y de verdad que la admiro por ser una niña tan inocentemente feliz que todo lo veía como un juego, y admiro a mi mamá por saber de llevar de la mejor forma todo ese proceso, y por conocerme tanto, que gracias a que ella se dio cuenta tempranamente lo que me estaba pasando y actuó al respecto, el tratamiento que tuve fue efectivo y no volví a presentar crisis. Abrazo a quienes no corrieron la misma suerte. Mi caso es algo genético, puesto que primas y otros familiares también vivieron todo esto. 

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Situaciones surrealistas


Han sido demasiadas noches seguidas durmiendo tres horas, mientras que al mismo tiempo ocurren entre medio viajes largos en sueños profundos que me hacen dialogar en diferentes escenarios, con todo tipo de personas y todo tipo de ambientes. Cuando el cansancio logra vencerme recupero en sólo una pestañada la energía necesaria para poder seguir caminando. Y han sido tantos viajes cortos y viajes largos, que ya me está costando diferenciar la realidad de los sueños y de la imaginación. Anoche ocurrió una situación que probablemente me costará mucho describirla. Es posible acercarla a una especie de "mitad" entre la realidad y la ficción; como el espacio en el que habitamos que se posiciona entre el cielo y el suelo profundo; como nuestros cuerpos, divididos entre la vida y la muerte. Para todo existe un espacio intermedio, y en este caso es sumamente difícil reconocerlo. Llevaba horas viajando en el camión de un caballero que tenía familiares policías y que le gustaba escuchar cueca. Iba con la compañía de una mujer a la que recién estaba conociendo, a la que ubiqué a través del espacio virtual, y que terminó arriba de ese camión conmigo a cientos de kilómetros de distancia de nuestras casas producto de otro de mis impulsos incontrolables. En mitad del viaje el cansancio y el hambre nos llevó a estacionarnos en un sector de camioneros para pasar al baño y comprar algo para comer. Eran las 11 de la noche más o menos. Estábamos cerca de Los Ángeles y raramente no hacía frío, pero corría un viento seco que volaba todo objeto débil. Cuando salí del baño me di cuenta de lo raro de los colores de aquel lugar, era como de alguna película que en mi cabeza inventé. Me dirigí hacia un kiosko donde estaba esta chiquilla con el camionero y él me preguntó si quería una paila de huevo y yo le dije que sí. Nos quedamos ahí mientras el cocinero todo drogado preparaba la once. Ella y yo nos tomamos un té y comimos pan con huevo mientras él se empinaba un sandwich de ave y se tomaba su cuarto café del día. El kiosko tenía luces rosadas como de navidad, que me posicionaban en un lugar sumamente utópico e irreal. En mucho rato no pude dejar de observar todo desde la conversación incoherente entre el camionero que tiraba tallas sobre el clima con el cocinero que todo drogado no sabía qué responder y sólo repetía lo mismo que él, hasta el color de las luces del kiosko y la luz de los baños. Se lo dije a ella ahí mismo: me parecía todo muy surrealista.

Cada impulso en mi vida me ha dejado alguna marca... algunas más superficiales que otras. Creo que en lo único que debo concentrarme en estos momentos es en comenzar a controlarlos y a diferenciarlos de la intensidad que llevo desde mis raíces. Ya no sé qué fue ayer ni qué será mañana ni qué es lo que soñé ni qué es lo real en mi vida ni si verdaderamente lo que repito cuando cierro los ojos será real algún día. A veces sí me dan ganas de no estar.

Gravity - Coldplay

jueves, 4 de julio de 2019

La Borrachita

A veces me impresiona lo indestructible que es esta capa. No lo entiendo, yo no creía en la información del paquete. Decía que la reliquia no se rompía con nada, que ha pasado por un montón de accidentes y por eso tenía algunos manchones y trizaduras, pero tenía todas su partes bien puestas. 



Es increíble. He reparado más de veinte veces este corazón. Se me cae a cada rato y se echa a perder. Ahí tengo que mandar a arreglarlo una y otra vez. A veces creo que no me lo arreglan realmente y que sólo estoy malgastando dinero. Siempre que lo voy a buscar lo hallo raro. Ahora no he tenido tiempo de ir, y no sé si mañana quiera. Quizás deba dejarlo tal como está y ver si se lo lleva la muerte o se queda vagando por terceros espacios en los que pueda caber.





Y quien quiere querer así y quien quiere querer así
y quien quiere querer así y quien quiere querer así
si por un amor yo mato y de pena después muero
si por un amor yo mato y de pena después muero


Evelyn Cornejo - La Borrachita

domingo, 23 de junio de 2019

Niñez

Nunca me crean cuando digo que odio a los niños. Lo digo porque va acorde con el papel que interpreto, con la maldad de mi alma, pero la verdad es que cuando el sistema me sofoca y la carencia de sentimientos me desangra el espíritu, siempre un bebé o un niñx pequeñx me devuelve la sonrisa. En la vía pública miles de niñes me miran, me tocan, me sonríen y me reconstruyen la vida, la esperanza. Me recuerdan que existen cosas lindas. Soy de esas personas que admira la niñez, y que se pone contenta cuando interactua con ella. Me encantaba trabajar animando cumpleaños, aunque demostrase lo contrario. 


domingo, 9 de junio de 2019

El techo, la camioneta, la montaña y el océano.

Cuando tengai pena, mucha pena, súbete al techo, me di cuenta de que estar arriba del techo te hace sentir como si estuvierai lejos, en altura, en un lugar al que nadie va a poder llegar, donde nunca te encontrarán, nunca te verán. Si no podí subirte al techo, busca ese escondite que teníai cuando erai más chica, yo sé que teníai uno, todas lo hemos tenido. Ese lugar al que siempre arrancabai cuando necesitabai llorar por nada, cuando necesitabai sentirte viva. Para la mayoría ese lugar es su habitación, para otras es el baño. En mi caso es la camioneta vieja de mi papá. La primera vez que desapareció la Loca necesitaba tanto llorar de forma dramática y con angustia, que me fui a sentar en la parte de atrás de la camioneta y lloré, lloré todo lo que pude al mismo tiempo que le imploraba a la vida que la Loca volviera. Ahí me encontró mi hermana llorando y trató de tranquilizarme. Ese es mi lugar, el sitio que me contiene cada vez que no puedo subirme al techo.

Cuando venía caminando en ese melancólico y ebrio trayecto, pensé en cuatro cosas. Primero, que quería llegar a subirme al techo, quería mucho estar arriba del techo y no me sacaba esa idea de la cabeza. Después, cuando vi que aun faltaba mucho por llegar y no aguanté el drama que se desataba en mi pecho, me di cuenta de que las lágrimas son como el océano, pero con una altísima diferencia de proporción. Te cubren los ojos, y ves todo desde el mar, hundiéndote en el interior y abriendo los ojos pudiendo ver todo de forma más o menos difusa pero claro al fin y al cabo. Las lágrimas forman un océano interno, crean olas, mareas y rompeolas que chocan con cada pupila. Después... empecé a mirar la montaña y esos pequeños trozos de nieve que a tal distancia podían visualizarse. Empecé a preguntarme por qué me gusta tanto la montaña y todo lo que ella significa. Por qué me gusta tanto subirla, mirarla, sentirla. Por qué siempre que la veo bajo colores exóticos me quedo pegada tanto rato. Por qué quiero tatuarme la Cordillera de los Andes; y es que descubrí que la montaña es ese lugar al que anhelo llegar cuando me siento así. Me he imaginado a mi misma tantas veces encima del pico de alguna montaña, tan lejos y a tanta altura que ya no soy capaz de reconocer a nadie y nadie es capaz de reconocerme a mí. Siempre sueño con construir una vida lo más lejos posible, porque me encanta la lejanía, me encanta no saber nada. Siguiendo la misma línea de pensamientos inestables, me respondí a la pregunta que tantas veces me he hecho. ¿Por qué entré a estudiar geografía? Y esa es mi respuesta, porque amo las montañas y el océano. Me encanta saber qué se esconde detrás de esas formas tan gigantezcas. 

Veinticuatro años y nada cambia. El profe de física de tercero medio sigue apareciéndose en cada historia. La familia en el sur está lejos, demasiado lejos y quizás nunca alcance a conocerla. 

Perdón, pero la derrota me llegó de golpe y lamento haber perdido la fe, pero todos sabemos que siempre pierdo todo.

jueves, 16 de mayo de 2019

Siempre lo ha estado

Estoy demasiado relajada como para pensar si las cosas se están haciendo bien o no; demasiado soñadora como para despertar y demasiado calentita como para desnudarme.

Algo mejor, mucho mejor; mucho mejor que un viaje de cinco días y que una familia en el sur; algo mucho mejor que compartir unas cervezas viendo un partido de fútbol. Algo más completo, acompañado de más risas, de más tranquilidad, seguridad.

Y aquí está, siempre ha estado aquí.

viernes, 19 de abril de 2019

La gente mayor no lo entiende, porque no se ajusta a épocas remotas, los conservadores tampoco, porque se aleja de lo decente, los liberales menos, porque va contra la convicción, ni los intelectuales, tampoco los profesores de música. En verdad casi nadie lo entiende, porque no es necesario entenderlo, sólo se siente. Se siente ese cosquilleo en los pies que mientras sube se va convirtiendo en pequeñas llamas de fuego que crecen con la bencina de las venas y llegan a ser una explosión en las caderas, en las extremidades, en la cintura, en los pechos y finalmente en el cuello. Más arriba todo se mantiene a una baja temperatura. Es vil, ordinario y pecaminoso. Ardiente y deseable, sin pretenciones.

domingo, 31 de marzo de 2019

La copa de agua

Cuando era chica (no recuerdo a qué edad y ni siquiera cómo era yo), veía un lugar repetitivamente en mis sueños. Es tan poco lo que recuerdo, que llega a ser difuso, pero puedo describir lo que veía. Era una construcción alta, delgada y circular; de semento y colores oscuros, principalmente grises. Se que cuando era pequeña no podía darle nombre a ese lugar, porque no sabía lo que era, sin embargo sí estaba conciente de que lo había visto en algún sitio de la realidad. Hoy tampoco podría decir qué era exactamente, pero cuando veo las copas de agua de las empresas privadas al interior de Santiago recuerdo esos sueños, porque la estructura de aquel espacio es muy similar. Pero en el sueño yo entraba por una pequeña puerta y adentro no había nada, pasaba todo el sueño sentada en una esquina observando la oscuridad y opacidad de todo lo que me rodeaba. Nunca ha salido de mí esa sensación que rodeaba mi ser estando ahí sentada, y quizás es por eso que nunca me olvidé del sueño. 

Hoy por hoy, sigo soñando con lugares, pero esta vez un poco más planificado. No son lugares que llegan a mí y me encierran, soy yo quien va tras esos lugares. Durante los últimos días me he sentido extraña, cosa que lo atribuyo directamente a la llegada del otoño -porque sí, mis hormonas se fusionan con los cambios estacionales-, y en conjunto con el sentir todas las sensaciones que han recorrido mi cuerpo, comencé a mirar la lluvia desde mi ventana, igual que cuando observaba sentada en la esquina de la copa de agua. Miraba las gotas caer y me sentía tan cerca de estar en otro lugar. Tan cerca de estar lejos. Incluso era capaz de ver la madera  cubriéndome del frío; el fuego dando vida dentro del hogar. Podía sentir el olor a pan horneado y oír abrirse la puerta, oía los pasos de aquella persona sin rostro, volviendo del trabajo con el estómago vacío pero los labios llenos de experiencias. Cerraba los ojos y me sentía liviana, sin miedos, sin inseguridades, sin rencores, sin penas. Esa tarde cargué con un deseo profundo de que eso fuese parte de mi vida. Me acosté y me tapé, porque hacía algo de frío lo que me descolocaba aun más. Puse a la Violeta Parra y traté de dormir imaginándome la continuación de todo. Digo traté porque nunca logré quedarme dormida. Toda esa montaña rusa de sensaciones que se mezclaban con el pasado y con el futuro me han estado invadiendo desde que se fue el sol sofocante. Carezco de concentración y de ánimos de salir de este lugar. Probablemente se deba a que al cruzar la puerta sé con lo que me voy a encontrar, y pese a que no es la copa de agua, tampoco lo será la casa que veo hoy.

Where it says - Charlotte OC

miércoles, 16 de enero de 2019

De extremo a extremo

Te viste refugiada entre arbustos gigantes que esconden tu grave deseo de espiar qué es lo que está sucediendo ahí, qué es lo que pasa por esa cabeza; porque cuesta entender qué es lo que le motiva a hacer cosas tan idiotas. Al fin y al cabo, no te importa qué fue lo que hizo, sólo necesitas saber por qué y qué está haciendo al respecto.

Qué fuera de lugar es aparecer frente a ti como si fueras de esas personas que pasan un segundo por tu vida y desaparecen, y las olvidas; llegar cuando se están saliendo los corchetes de mi pecho y se están derramando las palabras por todas partes; cuando borracha suelto cosas por aquí y por allá, cosas a media, con personas de todo tipo. Llego con todas las palabras que pude recoger en mis brazos pidiéndote que las guardes, que las ordenes y las mantengas vivas pero encerradas. Vuelvo cuando una película me hace recordar que te necesito, cuando me acuerdo de que eres mi vecino y yo nunca tengo azúcar, que puedo ir a pedirte. Aquí estoy al darme cuenta de que está bien. Fueron años martirizando el dolor, la nostalgia, el sentir de forma abrumadora; pero está bien, es sentir, es parte de lo que soy, no sería yo si no expusiera ese contraste de odio y amor, de pena y de alegría, de viajar y estar en tu hogar, de morir y vivir, de físico y humanista, de extremo a extremo, siempre, porque ya lo escribí un par de entradas más abajo, hay algo que nunca ha sido parte de mí, y ese algo es el equilibrio, pero está bien, no necesito equilibrarme, me está gustando ser así.

Abajo las promesas y arriba las acciones. Nos vemos pronto, no te lo juro.

Como quisiera olvidarte - Evelyn Cornejo