Cuando era chica (no recuerdo a qué edad y ni siquiera cómo era yo), veía un lugar repetitivamente en mis sueños. Es tan poco lo que recuerdo, que llega a ser difuso, pero puedo describir lo que veía. Era una construcción alta, delgada y circular; de semento y colores oscuros, principalmente grises. Se que cuando era pequeña no podía darle nombre a ese lugar, porque no sabía lo que era, sin embargo sí estaba conciente de que lo había visto en algún sitio de la realidad. Hoy tampoco podría decir qué era exactamente, pero cuando veo las copas de agua de las empresas privadas al interior de Santiago recuerdo esos sueños, porque la estructura de aquel espacio es muy similar. Pero en el sueño yo entraba por una pequeña puerta y adentro no había nada, pasaba todo el sueño sentada en una esquina observando la oscuridad y opacidad de todo lo que me rodeaba. Nunca ha salido de mí esa sensación que rodeaba mi ser estando ahí sentada, y quizás es por eso que nunca me olvidé del sueño.
Hoy por hoy, sigo soñando con lugares, pero esta vez un poco más planificado. No son lugares que llegan a mí y me encierran, soy yo quien va tras esos lugares. Durante los últimos días me he sentido extraña, cosa que lo atribuyo directamente a la llegada del otoño -porque sí, mis hormonas se fusionan con los cambios estacionales-, y en conjunto con el sentir todas las sensaciones que han recorrido mi cuerpo, comencé a mirar la lluvia desde mi ventana, igual que cuando observaba sentada en la esquina de la copa de agua. Miraba las gotas caer y me sentía tan cerca de estar en otro lugar. Tan cerca de estar lejos. Incluso era capaz de ver la madera cubriéndome del frío; el fuego dando vida dentro del hogar. Podía sentir el olor a pan horneado y oír abrirse la puerta, oía los pasos de aquella persona sin rostro, volviendo del trabajo con el estómago vacío pero los labios llenos de experiencias. Cerraba los ojos y me sentía liviana, sin miedos, sin inseguridades, sin rencores, sin penas. Esa tarde cargué con un deseo profundo de que eso fuese parte de mi vida. Me acosté y me tapé, porque hacía algo de frío lo que me descolocaba aun más. Puse a la Violeta Parra y traté de dormir imaginándome la continuación de todo. Digo traté porque nunca logré quedarme dormida. Toda esa montaña rusa de sensaciones que se mezclaban con el pasado y con el futuro me han estado invadiendo desde que se fue el sol sofocante. Carezco de concentración y de ánimos de salir de este lugar. Probablemente se deba a que al cruzar la puerta sé con lo que me voy a encontrar, y pese a que no es la copa de agua, tampoco lo será la casa que veo hoy.
Where it says - Charlotte OC