Nunca me crean cuando digo que odio a los niños. Lo digo porque va acorde con el papel que interpreto, con la maldad de mi alma, pero la verdad es que cuando el sistema me sofoca y la carencia de sentimientos me desangra el espíritu, siempre un bebé o un niñx pequeñx me devuelve la sonrisa. En la vía pública miles de niñes me miran, me tocan, me sonríen y me reconstruyen la vida, la esperanza. Me recuerdan que existen cosas lindas. Soy de esas personas que admira la niñez, y que se pone contenta cuando interactua con ella. Me encantaba trabajar animando cumpleaños, aunque demostrase lo contrario.
No hay nada trivial
La gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se llevaba su alma a la tierra de los muertos, pero a veces, algo malo ocurre, y acarrea una gran tristeza, y el alma no puede descansar en paz. Y a veces, sólo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal.
domingo, 23 de junio de 2019
domingo, 9 de junio de 2019
El techo, la camioneta, la montaña y el océano.
Cuando tengai pena, mucha pena, súbete al techo, me
di cuenta de que estar arriba del techo te hace sentir como si estuvierai
lejos, en altura, en un lugar al que nadie va a poder llegar, donde nunca te
encontrarán, nunca te verán. Si no podí subirte al techo, busca ese escondite
que teníai cuando erai más chica, yo sé que teníai uno, todas lo hemos tenido.
Ese lugar al que siempre arrancabai cuando necesitabai llorar por nada, cuando
necesitabai sentirte viva. Para la mayoría ese lugar es su habitación, para
otras es el baño. En mi caso es la camioneta vieja de mi papá. La primera vez
que desapareció la Loca necesitaba tanto llorar de forma dramática y con
angustia, que me fui a sentar en la parte de atrás de la camioneta y lloré,
lloré todo lo que pude al mismo tiempo que le imploraba a la vida que la Loca
volviera. Ahí me encontró mi hermana llorando y trató de tranquilizarme. Ese es
mi lugar, el sitio que me contiene cada vez que no puedo subirme al techo.
Cuando venía caminando en ese melancólico y ebrio
trayecto, pensé en cuatro cosas. Primero, que quería llegar a subirme al techo,
quería mucho estar arriba del techo y no me sacaba esa idea de la cabeza.
Después, cuando vi que aun faltaba mucho por llegar y no aguanté el drama que
se desataba en mi pecho, me di cuenta de que las lágrimas son como el océano,
pero con una altísima diferencia de proporción. Te cubren los ojos, y ves todo
desde el mar, hundiéndote en el interior y abriendo los ojos pudiendo ver todo
de forma más o menos difusa pero claro al fin y al cabo. Las lágrimas forman un
océano interno, crean olas, mareas y rompeolas que chocan con cada pupila.
Después... empecé a mirar la montaña y esos pequeños trozos de nieve que a tal
distancia podían visualizarse. Empecé a preguntarme por qué me gusta tanto la
montaña y todo lo que ella significa. Por qué me gusta tanto subirla, mirarla,
sentirla. Por qué siempre que la veo bajo colores exóticos me quedo pegada
tanto rato. Por qué quiero tatuarme la Cordillera de los Andes; y es que
descubrí que la montaña es ese lugar al que anhelo llegar cuando me siento así.
Me he imaginado a mi misma tantas veces encima del pico de alguna montaña, tan
lejos y a tanta altura que ya no soy capaz de reconocer a nadie y nadie es
capaz de reconocerme a mí. Siempre sueño con construir una vida lo más lejos
posible, porque me encanta la lejanía, me encanta no saber nada. Siguiendo la
misma línea de pensamientos inestables, me respondí a la pregunta que tantas
veces me he hecho. ¿Por qué entré a estudiar geografía? Y esa es mi respuesta,
porque amo las montañas y el océano. Me encanta saber qué se esconde detrás de
esas formas tan gigantezcas.
Veinticuatro años y nada cambia. El profe de física
de tercero medio sigue apareciéndose en cada historia. La familia en el sur
está lejos, demasiado lejos y quizás nunca alcance a conocerla.
Perdón, pero la derrota me llegó de golpe y lamento
haber perdido la fe, pero todos sabemos que siempre pierdo todo.
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