No hay nada trivial

La gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se llevaba su alma a la tierra de los muertos, pero a veces, algo malo ocurre, y acarrea una gran tristeza, y el alma no puede descansar en paz. Y a veces, sólo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

La nieve

Ya ni siquiera siento las mismas cosas, no podría decir que estoy estancada en una sola silueta, porque la verdad es que estos cristales rotos a través de los cuales puedo ver ciertas cosas son producto sólo de no ser capaz de entregarme nuevamente. 

Es decir, reviso una y otra vez los escritos, leo y releo las cartas, escucho las mismas melodías mientras boto la melancolía, hago conexiones, realizo búsquedas, averiguo cosas, mascullo su nombre, olfateo ese olor a jabón de miel y chocolate, me hundo entre agujeros cafés y dibujos en la piel, pero no logro entender cómo fue que lo hice, o que lo hizo. 

Suena tan desesperado para mi gusto, pero qué hay de malo en reconocer los miedos, especialmente cuando tienen más de una justificación basada en las consecuencias de este mismo sistema. Qué hay de malo si a pesar de todo sí estoy más grande y tomo decisiones diferentes a las que tomaba hace un par de años.

No sé quién era yo antes de vivir de verdad. Y no sé quién soy ahora, porque no podría precisar cuán viva estoy. 

Diciembre está cada vez más cerca. Díganme que no se han dado cuenta de que es el mes donde más escribo todos los años, y también he escrito en reiteradas ocasiones acerca de él. Porque es el mes en donde veo hasta dónde llegué. Se define si puedo ver la nieve o no. Es el mes en donde me siento al lado de mi ventana y observo por veinte minutos la calle, los niños jugando, las luces navideñas de las casas vecinas, el cielo más azul que nunca y la nieve, la fría y blanca nieve que a penas cae se derrite porque esto nunca fue de película. Sin embargo, miro hacia adentro del hogar y me doi cuenta que esta todo tal cual lo imaginé alguna vez. Con ese cielo azul se contrastan los colores cálidos de la casa, colores de madera natural. Supongo que el árbol, los adornos, las luces, los regalos, la cena, los trajes y todas esas vainas no son más que el reflejo del amor que queremos que permanezca ahí dentro y no se vaya nunca, quizás por eso siempre quise tanto tener lindas navidades. Hoy no quiero nada, absolutamente nada, ni siquiera el más mínimo gesto, porque insisto, ya no puedo precisar cuán viva estoy.

Jorge Drexler - Inoportuna.

sábado, 9 de noviembre de 2019

A las barricadas.

Lo malo de dejar pasar tanto tiempo, es que se acumulan tantos sentimientos que cuesta demasiado ordenarlos y ponerlos en una pantalla; de hecho, en estos momentos se me están desangrando los órganos, porque tal acumulación generó un estallido y el alma se me incendia. 

Para mí se siente como el comienzo del fin.

Semanas antes del fin, estaba realmente desesperada. Habían vuelto fantasmas que pensé que ya no volverían a molestarme. Se agudizaron profundamente los autoatentados, porque no era capaz de querer a quién veía del otro lado del cristal. No era capaz de ayudarla, de darle una mano para que se levantase del suelo. Intenté mil veces hacer todo lo necesario para auxiliarla durante cada crisis de pánico pero todo lo necesario nunca fue suficiente. Corría y avanzaba kilómetros, pero una cuerda me atajaba y me devolvía siempre al inicio. Comenzaba de cero una y otra vez y eso me tenía desequilibrada al punto de empezar a decaer en el hoyo más oscuros del 2015. Estaba deprimida, completamente deprimida. Ni siquiera era capaz de continuar el ritmo que en algún momento logré instalar para sentir aunque sea un poco de estabilidad. No quería salir, no quería estudiar, no quería esforzarme, no quería nada más que dormir y que la ansiedad se comiera mi autoestima. Y ahí, en medio de esa guerra, cuando ya sólo me quedaban las últimas cartas por apostar, cuando estaba a punto de calmar mi mente a través del orden superficial y de los estabilizadores emocionales, llegó el viernes.

Ese día me levanté sin ningún propósito. Mis pies y mis manos se movían acordes a la rutina. No había estado en ninguna revuelta masiva en las estaciones de metro, por lo que lo único que quería hacer realmente ese día era ser parte de una. Me levanté, me bañé, almorcé, me fui a la clase sobre la historia de la colonización en África. Al salir con dos amigues fuimos a comer papas fritas y luego a las pircas por unas cervezas. Estaba con la generación de cuarto, quienes tenían una salida a terreno en un par de horas y tenían ahí todas las cosas listas. 

Yo seguía sin planes y sin propósitos, de hecho, durante el día me habló para preguntarme qué haría ese día (con la intención de que hiciéramos algo), y yo le dije que no sabía, que estaba en clases y no tenía ganas de nada, que esperaría a la evasión masiva convocada a las 6 en metro U católica para poder irme a mi casa a lo que ella me respondió que quería algo similar. Estuve haciendo la hora con la gente de cuarto y cuando ya dieron las 6, fui con dos amigas a ver qué sucedía realmente con la convocatoria. 

Para mi sorpresa, no ocurrió ninguna evasión masiva, simplemente la ciudad entera comenzó a destruirse de a poco, a partir de esos momentos. Se sentía el olor al caos, las calles estaban llenas de gente porque los metros estaban cerrados y nadie sabía cómo volver a sus casas, mientras que al mismo tiempo les indignades estaban llenando la alameda con gritos, barricadas, cortes de tránsito, etc. 

De repente sin pensarlo, inhalé tanta lacrimógena que caminé ciega por Portugal hasta toparme con una señora que estaba en el suelo sangrando porque se había desmayado con el olor y se había pegado en la cabeza. Con otros cabros que ayudaron hicimos todo un trámite para poder llevarla a la posta, y cuando por fin nos aseguramos de que la atendieron y nos comunicamos con un familiar de ella para que la fuera a buscar pude volver al caos que me llamaba con una tentación demasiado grande. 

De pronto era de noche y las calles estaban llenas, habían barricadas en todas las esquinas, se incendiaban los paraderos, se saquearon un sin fin de tiendas que nos abastecieron de comida para el pueblo. Vi tanto fuego, vi tanta rabia y tanta recuperación que de alguna manera volví a sentirme viva. Era hermoso todo, sin embargo, algo extraño se avecinaba, y es que esta no era una movilización cualquiera, no era como las otras, el ambiente era completamente diferente. La policía no dio abasto y en cada esquina en la que estuve no llegaba, no llegaba el guanaco, ni los piquetes ni el zorrillo. 

Se quemaba un Banco de Chile mientras la gente salía del OK Market y del McDonalds con carros de comida y la represión no llegaba. Le comenté muchas veces a una amiga que tenía una sensación rara y que me parecía extraño todo, que sentía que algo tramaba el gobierno o que en cualquier minuto llegaría la yuta con todo para hacernos cagar en encerronas. Hasta que sí po, de pronto me ví corriendo de la policía que se metía en cada espacio al cual yo llegaba, y cuando llegamos a la FAU con mi grupo de amigues nos quedamos en Serigrafía un poco descolocados con todo lo que estaba pasando y escuchando rumores y rumores sobre que el Gobierno sacaría a los milicos a las calles y decretaría un estado de excepción. Pero eran rumores hasta ese entonces y rumores que ya había escuchado antes, por lo que no le prestamos tanta atención, sin embargo, sentíamos miedo, una sensación extraña nos recorría el cuerpo, era tarde y yo ya no pude volver a mi casa, nos fuimos al departamento de una amiga y decretaron el estado de excepción. Prendimos la tele y vimos como estaban saliendo los milicos del cuartel. 

Declararon toque de queda y de pronto por todo Santiago se escuchaba el sonido de la cacerola, volviendo al 73' que yo nunca viví. Dormimos re poco y nos levantábamos cada 5 minutos al balcón porque escuchábamos disparos, peleas, etc. Cuando desperté al otro día lo primero que vi fue una foto de los milicos en mis barrios y se me descolocó todo un poco. Me fui a mi casa y comenzó todo, comenzó el fin. 

En las poblaciones la revuelta se vivía de forma diferente que en el Centro, y estuve la primera semana dividida entre La Granja y el centro. Acá se desató el pánico, se expandieron los rumores sobre los saqueos a las ferias, a los pequeños negocios, a las casas, y la gente se organizaba para protegerse. En el centro era una guerra, de hecho el gobierno nos declaró la guerra y nosotros nos la tomamos a pecho. Han habido asesinatos, muchos, torturas, centros de torturas, violaciones por parte de los pacos, ojos perdidos, hoy salimos a las calles y nos disparan balines, le agregaron gas pimienta a la lacrimógena y todo lo que nos tiran esta cada vez más tóxico. 

Podría seguir detallando cómo ha sido toda esta revuelta, pero en verdad sólo quiero decir cómo me he sentido, y es que no sé. 

De alguna forma volví a la vida, porque llevo esperando esto toda mi vida. 

Como leí por ahí "no era depresión, era capitalismo" y como leí por otro lado "hasta que valga la pena vivir". Son dos frases escritas en las murallas que me hicieron tanto sentido. 

Toda esa depresión que me tenía hundida durante el último tiempo, no era más que las crisis de este sistema reflejándose en mi cuerpo y en mi vida. Este sistema además de quitarme lo que nos quita a todos los pobres, la salud, la educación, la dignidad, la libertad, también me quitó la alegría, las ganas de vivir, la sonrisa, me quitó un poco de todo el amor que tenía. Me arrebató el autoestima, me la hizo pedazos. Y cómo sé que es así, porque de pronto vino esta revuelta y me devolvió un poco de todo lo que me quitó el neoliberalismo. 

Vinieron las barricadas y me levantaron del suelo, me mimetizaron con el fuego, los forros encendieron mi fuego interior, ese que es eterno. Ahora quiero estar afuera todos los días, todas las noches. No quiero nada más que ver arder todo. Pausé mi vida, pausé la depresión, pausé los tratamientos, las tareas pendientes, mis sentimientos, mi vida amorosa, mis amores, mis ejercicios, lo pausé todo, porque lo más importante es entregar todo lo que se pueda entregar para poder vencer. 

Pero no puedo negar que los fantasmas siguen rodeándome, y estoy teniendo una guerra interna y una externa. De día peleo con la policía y de noche peleo con mis monstruos que me alejan de la gente, que me separan de las personas a las que quiero, incluso de mí misma, y me quedo sola, viviendo y sintiendo esta lucha en completa soledad, porque las heridas quedan perpetuas y se abren, las coso y se abren nuevamente. Me queda tan poco tiempo para llorar, para sentir pena, que a penas tengo unos minutos exploto, y ya he explotado varias veces, pero me recupero, porque aquí cada día es continuar.