Cuando tenía aproximadamente 4 años, mi mamá comenzó a darse cuenta de que algo raro pasaba conmigo, porque repetidamente perdía la conexión con la vida y me quedaba atrapada sin poder reaccionar. Me llevó al médico, en donde le dijeron que no parecía tener nada, pero que de todas formas me iban a mandar al neurólogo para estar seguras.
Cuando fui al neurólogo pediátrico, me hicieron pruebas de concentración, como caminar en una línea recta, identificar dibujos, etc., y nuevamente le dijeron a mi mamá que yo no tenía nada, que estaba en perfectas condiciones, sin embargo, justo (y de suerte) en ese mismo momento se me fueron los ojos hacia arriba y nuevamente quedé inmóvil. "¡Eso es, eso es lo que le pasa!", dijo mi mamá, y ahí el neurólogo comprendió que efectivamente algo me pasaba. Posteriormente me hicieron un electroencefalograma, que es uno de los principales estudios para detectar la epilepsia. Me pusieron electrodos sobre el cuero cabelludo mientras la asistente me hablaba: -"Hola, ¿cómo te llamas" -"Hola, Natalia", -"¿Cuántos años tienes? -"Cuatro". Se repetía nuevamente mientras incitaban una crisis "Hola, ¿cómo te llamas" -"............", no había respuesta de mi parte, y así estuve respondiendo las mismas preguntas una y otra vez sin entender nada.
Tuve lo que se conoce como crisis de ausencia, que son un tipo de crisis epilépticas que interrumpen la función cerebral haciendo descargar de forma brusca a todas las neuronas de la corteza al mismo tiempo. Lo que me sucedía, es que de la nada me quedaba inmóvil, mis ojos se iban hacia arriba y durante segundos o a veces minutos no reaccionaba ante nada, quedaba completamente ida. Cuando volvía de una crisis, volvía como si nada hubiese pasado, porque yo nunca supe que me daban, y seguía haciendo lo que estaba haciendo anteriormente. A partir del momento en que me detectaron la epilepsia, mi familia, particularmente mi mamá, comenzó a tener un cuidado especial conmigo y por cosas obvias, ejerció sobre mí una sobreprotección. Por un lado, tenían que estar atentos siempre por si me venía una crisis, y por el otro, también debían comportarse naturales conmigo, porque no me podían hacer pasar sustos, ya que yo no sabía que estaba enferma, por ende, siempre que tenía una crisis, mi entorno debía encargarse de que al volver de ella todo debía seguir tal cual estaba y que yo no notase nada extraño.
Comencé el tratamiento que duró aproximadamente 3 años. Justo calzó con la fecha en la que entré al colegio, por lo que mis respectivas profesoras debían estar atentas para darme el remedio, sin embargo, mi mamá un día se dio cuenta de que no me estaban dando el remedio todos los días, así que habló en el colegio para poder ir ella personalmente y asegurarse de que lo estaba tomando. Una de las crisis más riesgosas que tuve, fue cuando iba cruzando la calle. Íbamos una amiga del colegio, su mamá, mi mamá y yo camino a la casa, cuando de repente con mi amiga corrimos (como lo hacíamos de costumbre) hacia la otra vereda cruzando la calle en donde inmediatamente debíamos doblar, pero mientras mi amiga dobló, yo seguí de largo, cruzando sola con todos los sentidos perdidos. Mi mamá claramente tiró todo lo que tenía en las manos y corrió a sacarme de la calle, pero siempre teniendo el cuidado de hacerlo suavemente para que yo no me asustara.
Hoy le pedí que me contara detalladamente como fue todo ese proceso, y me enteré de que fue una época bastante dura para mi familia más que nada, porque yo nunca entendí nada y para mi todo siempre fue un juego, el ir al médico, los exámenes, y toda esa rutina nunca me afectó realmente. No obstante, eran ellos (particularmente mi madre) quienes se llevaron la preocupación más fea, ya que incluso los médicos les dijeron que yo al entrar al colegio iba a tener severos problemas de aprendizaje y de concentración, cosa que a mi mamá le dolió en el alma, pero nunca fue así realmente.
Una vez en un almuerzo familiar grande, una tía que nunca me había visto así me vio entrar en una crisis y fue tan fuerte para ella que comenzó a llorar, y mis padres al pedirle que se calmara porque yo no podía verla así, se tuvo que parar e ir a llorar afuera.
La razón por la que quiero revivir todo esto, es porque he estado durante más de un año tratando de buscarle razones a un montón de cosas en mi vida, desde actitudes propias hasta trastornos psicológicos. Hace un tiempo que estoy en psicoterapia, y he estado llevando un proceso de autodescubrimiento, en donde se me ha hecho necesario volver el tiempo atrás y dar con estas respuestas. Leí por ahí, que las consecuencias neuropsicológicas de haber sufrido de epilepsia comprenden alteraciones de la memoria, del humor, de la capacidad intelectual, del comportamiento, la concentración y que también influye en desarrollar cuadros de depresión, ansiedad y psicosis.
Cuando entré al colegio, mi mamá estaba sumamente satisfecha conmigo, ya que nada de lo que le dijeron los médicos se había cumplido. Tuve un rendimiento impecable y el aprendizaje nunca fue un problema para mí. Sin embargo, he pensado que quizás los médicos no estaban tan equivocados, y que quizás no explicitaron cuándo podría realmente presentar estas secuelas, ya que efectivamente he notado como poco a poco se ha ido deteriorando mi memoria, situación que es cómica para mi círculo de amigos e incluso para mí, porque soy malísima para recordar rostros, calles, lugares, situaciones e incluso cosas que sucedieron hace muy poco. También mi concentración ha ido desapareciendo con el paso de los años, y siento que cada vez pierdo más el poder de estar atenta incluso frente a algo que me gusta y sobre lo que estoy completamente interesada. Me cuesta estudiar, más de lo normal, dejé de tener un rendimiento impecable, ya no soy el mejor promedio como en cuarto medio y a veces ni siquiera me alcanza para defenderme. Hay cosas básicas que yo no las sé porque cuando fue el momento de aprenderlas mi cabeza estaba en otro lado. Además, los trastornos psicológicos tampoco quedan fuera de mi vida. Desde el 2015 que desaté una depresión tan fuerte que jamás pensé que iba a vivir, porque tal como salía en la foto, siempre fui una niña bastante feliz pese a todo. Me costó salir de ahí, pero salí, sin embargo, he estado viviendo procesos en donde de la nada, absolutamente de la nada me vuelven los bajones y en casos más extremos las crisis de pánico. Por eso estoy en psicoterapia, en donde me diagnosticaron un trastorno limítrofe de personalidad, por lo que fui derivada al psiquiatra y se supone que ahora en octubre comenzaré a ir.
Yo sé que existen muchas razones para todo, de hecho este mismo sistema que nos sofoca y nos hunde genera la elevación de los trastornos psicológicos. No obstante, sentía tan necesario comprender esta historia para poder comprenderme un poco más a mí, y quise compartirla con ustedes, para que de alguna forma también comprendan mi forma de ser, el por qué soy tan despistada, desorientada, por qué a veces me encierro y no les respondo, por qué cambio bruscamente de ánimo, entre otras cosas, y también para que se pueda hablar más sobre esto, sobre la salud mental y cómo nuestra historia, nuestras vivencias e incluso las enfermedades que nunca supimos que padecimos nos convierten en la persona que somos hoy, con todos nuestros defectos y trastornos que en muchas ocasiones no quisimos generarlos y por lo tanto no somos culpables, pero sí conscientes para aceptarlo y trabajarlo.
La epilepsia es una enfermedad de la que se habla tan poco, sobre todo la que tuve yo, que no es la más común. Abrazo a la Natalia de 4,5, 6, 7 y 8 años y de verdad que la admiro por ser una niña tan inocentemente feliz que todo lo veía como un juego, y admiro a mi mamá por saber de llevar de la mejor forma todo ese proceso, y por conocerme tanto, que gracias a que ella se dio cuenta tempranamente lo que me estaba pasando y actuó al respecto, el tratamiento que tuve fue efectivo y no volví a presentar crisis. Abrazo a quienes no corrieron la misma suerte. Mi caso es algo genético, puesto que primas y otros familiares también vivieron todo esto.