No hay nada trivial

La gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se llevaba su alma a la tierra de los muertos, pero a veces, algo malo ocurre, y acarrea una gran tristeza, y el alma no puede descansar en paz. Y a veces, sólo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal.

sábado, 23 de octubre de 2021

De la despersonalización a la percepción con mis propios ojos

Qué difícil es poder escribir quién soy; sentarme y pensar qué es lo que veo cuando miro mi reflejo. Describir lo que me gusta, lo que odio, lo que hago bien, lo que hago mal, qué tanto he aprendido, cuánto he perdido y hacia dónde voy.

Cuando estaba en el vientre de mi mamá me querían poner Sebastián Andrés porque supuestamente iba a ser hombre. Mi papá quería mucho tener un hombre así que vengo llevándole la contra desde antes de nacer.

¿Cómo me autopercibo?... yo diría que como una niña negada a crecer y a lidiar con los costos de la vida. Es como si funcionase a puro instinto. Ayer me junté a almorzar con una amiga experta en temas del zodiaco y me dijo que yo como buena sagitario tengo mucha suerte en la vida. Y eso me hizo pensar porque puta que me han pasado cosas malas, y he tenido mala suerte en un montón de cosas, pero al fin y al cabo sí soy una persona con suerte y por eso mi estilo de vida es una locura total, avanzando a través de la improvisación, sintiendo todo con ardiente intensidad, enemistada con el equilibrio y de la mano con cada extremo, abrazando la espontaneidad y la sensibilidad pero al mismo tiempo resistiendo ante toda tormenta y flaqueza. 

Hay una canción de la Evelyn Cornejo que la he puesto más de una vez en este blog y que por mucho tiempo describió detalladamente la percepción que tengo sobre mi misma. No estoy en la cima de la sanación, pero sí he dejado de a poco de odiarme tanto y tratarme tan mal. Sentía que esa canción relataba mi forma de ser y de existir; la forma en que sentía que el mundo me veía. Dice "y quién me va a querer a mí, quién me va a querer a mi, si soy una borrachita que puras rabias vomita; y quién me va a querer a mí, quién me va a querer así, si por un amor yo mato y de pena después muero". Ese pequeño verso pudo analizar mi forma de relacionarme por completo. Porque dentro de toda esa improvisación que me ha perseguido durante todos estos años he sido una persona que partió totalmente desde abajo. Desde los inexistentes, donde los nadie, en un barrio que nadie conoce  y está totalmente aislado. Crecí en mi propia isla alejada de la vida continental. Tan desde abajo, desde la ignorancia,  sin saber expresar sentimientos, la inexperiencia, la pobreza, la falta de manejo de las situaciones, la dependencia, la ausencia de identidad, entre otras cosas. Y nada más que mis propias vivencias en la calle me enseñaron todo lo que sé hoy. No tengo títulos de medicina en universidades privadas, ni doctorados, ni magister, ni grandes investigaciones. Soy una eterna militante de izquierda, pero no tengo familiares detenidos desaparecidos ni tías militantes del Mir. Ni siquiera tengo grandes antecedentes académicos familiares. Sólo una tía por parte de papá logró escalar más alto en la intelectualidad siendo profesora de lenguaje. Mi papá es feriante, mi mamá dueña de casa. Mis otros tíos y tías tienen botillerías, negocios, venden comida; mi tía más cercana vende ensaladas afuera de su casa. Así que es verdad cuando digo que la calle en sentido figurado me ha enseñado todo lo que sé.

Pero dentro de ese mundo aislado y desconocido, supe como darme visibilidad. Porque esa forma de ser tan intensa y extremista no se lleva bien con una persona tranquila y desapercibida. Sé lo desagradable que llegué a ser para algunas personas, porque mi presencia estaba ahí, estaba viva. 

Muchas veces me han dicho que soy una persona muy visible, identificable, lo que es perjudicial para mi vida política. Pero hace años que asumí que así va a ser mi vida porque no puedo esconderme; puedo ser estratégica, puedo guardar secretos y salvarme a pura fe. Pero no me pidan que intente ser invisible; porque creo que peor que morir es que no me recuerden. Como siempre hemos dicho, sólo muere quien se olvida y yo no quiero ser olvidada, quiero ser recordada por todos mis intentos de hacerle la vida un poco más alegre a mi gente.

Y hablando de eso, quiero contar qué es lo que más me gusta de mi. Alguna vez lo hablé con mi amigo, y le dije que me gusta mi capacidad de amar y lo excelente compañera que puedo llegar a ser sin pedir prácticamente nada a cambio. Y es en serio cuando digo que no pido nada a cambio, porque nada muy bueno me ha traído ser así, pero lo sigo siendo y lo seguiré siendo porque me encanta ser así. Muchas veces he deseado encontrar y enamorarme de una persona que sea como yo (en ese aspecto). Porque conozco el respeto, la empatía, la sensibilidad, la sinceridad y si alguien logra remecer mis feromonas comienzo inmediatamente a trabajar para hacer que todos los días de esa persona sean una maravilla. En pocas palabras, me gusta mi entrega ante todo. Mi entrega ante el amor, ante las relaciones en general, mi entrega a la causa noble de la liberación del pueblo. Incluso mi entrega conmigo misma, que al interior de toda esa guerra que he tenido dentro de mí igual he sabido abrazarme y no abandonarme. 

Ha sido tan difícil escribir esta entrada que hasta aquí estuvo pausada durante varios días. Entre medio me fui a Brasil y me olvidé de la vida por un buen rato. En estos momentos volví a escribir porque entre tanta soledad y tiempo para pensar en una cuarentena obligatoria post viaje, sin intención comencé a narrar partes que aún no terminaba de conocer sobre mi misma. Y esa es otra característica mía; que soy imposible de conocer cien por ciento, debido a lo mismo que escribí un poco más arriba, a que la improvisación se apodera de toda mi escencia, y no es que un día sea una y otro día sea otra, no es que cambie de parecer brúscamente; es que soy una eterna aprendiz de la vida, y todos los días aprendo algo nuevo incluso sobre mí misma, y cuando aprendemos cambiamos, evolucionamos aunque no queramos. Entonces estoy en un constante e infinito camino de autodescubrimiento en donde cualquier persona que se adentre en él tendrá que saber que nunca llegará a ningún destino específico.

Estuve horas teniendo ese diálogo imaginado que suelo tener con personas reales pero ellas no saben que están conversando conmigo, porque en el fondo sólo estoy intercambiando ideas con mi propia cabeza. Y bueno, en ese diálogo me di cuenta de la importancia que tiene para mí sentir que aporto de alguna manera en la vida de los demás. Tengo un pésimo rechazo con sentirme un estorbo, una molestia o un problema y quizás por eso acostumbro a volar lejos cada vez que puedo. Pero yendo más allá, me di cuenta que eso igual tiene que ver con la autopercepción que he sentido de mi misma durante lo largo de mi vida. No creo que nadie en particular me haya hecho sentir un probolema (además de mí), pero es tanto el trauma -que quién sabe de dónde viene-, que soy yo quien me paro y posiciono como uno; y por eso siempre estoy a la defensiva cuando la gente se preocupa por mí o quieren hacer cosas por mí. Por eso me cuesta dejarme querer a veces; porque me ha costado encontrar el límite entre lo que está bien recibir y lo que se transforma en un abuso. 

Voy a regalarle un pedacito de este importante escrito a una persona que sin proponérselo apareció desde el otro lado del mundo y me mostró tantas cosas que probablemente ni siquiera es consciente de ello. En ese viaje a Brasil ocurrió algo demasiado importante para mi proceso. Me reencontré con el amor, con la libertad, con el presente, con la sinceridad, la espontaneidad, el deseo, el cariño, la pasión y las caricias. Volví a recordar qué es lo que quiero, lo que espero y lo que nunca más tengo que volver a aceptar. En ese reencuentro avancé 50 escalones en este descubrimiento de mi autopercepción, y me di cuenta de que por mucho tiempo estuvo tan baja y he sido tan injusta conmigo misma porque ni siquiera alcancé a identificar realmente las caricias. Es tan deprimente sorprenderme cuando me hacen sentir como un ser humano; deprimente pero al mismo tiempo magnífico porque es como un juguete nuevo para un niño que toda su vida ha jugado sólo con tierra. Ahora me miro en el espejo y veo unos ojos brillantes, derrochando alegría por recorrer mi propia piel y sintiendo cómo se suaviza y renace con el cariño de mis propios pétalos que se abren y dan espacio para recibir lo que siempre ha entregado; aunque haya sido entregado a corazones erróneos. 

Pero bueno, creo que la fluoxetina me tiene escribiendo cosas relativamente positivas que probablemente antes del tratamiento no las hubiera escrito. Sin embargo, no hay sanación sin dolor y no hay autodescubrimiento sin revelar lo negativo que suelo percibir en mí y que ha dominado la mayor parte del tiempo.

Al inicio escribí sobre sentirme de alguna forma como una niña; ahora lo reescribo pero desde otro punto de vista. Creo que todo va cruzado y se relaciona de alguna manera, pero desde siempre me he sentido como una niña que vive bajo la protección de alguien más y cada vez que ese alguien se va o se aleja, quedo totalmente desprotegida porque no sé vivir en este mundo. No tengo una buena y tranquila forma de llegar por primera vez a las personas, y eso me dificulta un montón desenvolverme inteligentemente en esta sociedad. Me cuesta llegar y hablarle a una persona, y siempre he creido que sé y que conozco tan poco a pesar de todo, que de cualquier manera voy a sonar como una extranjera esté donde esté, incluso en mi propio lugar. No sé orientarme, generalmente bajo esa improvisación como estilo de vida yo sólo camino generalmente sin saber dónde está el norte; me siento como una persona que sólo llega y hace las cosas y a veces resultan bien y otras no, pero jamás me he sentido capaz de planificar algo y ordenar mi vida. Esté donde esté y sea cual sea el tema, siempre sé menos de quién está a mi lado. 

Soy totalmente despistada porque prácticamente vivo en dos mundos, el real (el presente) y el de los sueños, el futuro, el pasado, lo inexistente, lo que anhelo. El problema es que muchas veces está casi todo mi cuerpo perdido en ese segundo mundo y no soy capaz de sentar cabeza. Por eso me pierdo en la calle, me paso en las estaciones del metro, y por eso muchas veces soy divertida para las personas y me aprovecho de esa ingenuidad para hacerles reír y ver alegría en sus rostros. Pero también me ha preocupado, porque siento que algún día moriré por algo tan banal como no haber visto un semáforo o no haber sido capaz de preguntarle a alguien cómo llegar a tal lugar antes de que caiga la noche y quede completamente sola y expuesta. Aun sigo viva, pero un montón de veces he vivido situaciones que pude haber evitado siendo un poco más precavida, más astuta, pero no, yo carezco de astucia, de ingenio. Siempre fui mala para las matemáticas, soy mala con los zudokus y horrible con cualquier juego de estrategia o que necesite algún porcentaje de tu capacidad intelectual. Cuando me explican un juego de mesa, soy esa persona que cuesta convencer de querer jugar, que al final termina aceptando para no ser aguafiestas pero que cuando le están explicando el juego está pensando en mil cosas y al terminar la explicación dice dos cosas, puede ser "sí entendí todo", o "no entendí mucho pero voy a entender mientras jugamos". Ambas afirmaciones son una mentira, al final termino haciendo lo que hago siempre en cualquier circunstancia de mi vida: improvisar; jugar sin entender el juego pero seguir jugando. Y creo que así vivo la vida, sin saber cómo vivirla pero viviéndola de todos modos. Y ahí es cuando pienso que sí soy una persona con suerte, porque pese a no saber nada, he podido sobrevivir hasta aquí y he conseguido aprender tantas cosas sin haber tenido nada planeado, sólo caminando y arriesgándome, dando el todo o nada. 

En fin, siempre he pensado que en una serie como el juego del Calamar o algo así, claramente yo sería la primera eliminada porque no tengo esas habilidades admirables de los personajes de sobrevivir con inteligencia. Y si mi avión se estrella en una isla lejana, no viviría más de una semana porque no encontraría las herramientas necesarias para lograrlo. Sería ese personaje que se muere en la primera temporada y después sólo aparece como un recuerdo o como un fantasma. Pero a falta de todo eso, creo que tengo conmigo la intuición y la suerte; que muchas veces fallan pero sí me han permitido estar hoy aquí pese a tanto.