La mariposa vuela y se llena de colores nuevos, de sensaciones claras y sentimientos fijos. Camina cuando sus alas se cansan y ríe cuando no quedan sonrisas. Flota en el agua y en las nubes, es inmune al fuego y a las cenizas. Aprovecha cada segundo de vida y cumple sus objetivos.
La oruga se arrastra y se vuelve opaca, oscura y desequilibrada. Se estanca cuando no puede seguir avanzando y llora cuando el mundo sonríe. Entierra sus patas en el cemento y observa. Se quema, la hieren, se cae, se golpea, la golpean.
Se escondieron todos los rayos de sol, los innumerables rayos de sol. Quedé perpleja cuando me di cuenta de la espontaneidad con la que concurrió todo, el tiempo fue demasiado corto como para frenarme y aterrizar, y esta vez yo no fui la primera que colocó sus ojos ahí, yo no te descubrí primero... y enterarme de eso fue extraño. Por una noche, dos noches, fui capaz de ahogar lágrimas y angustias eternas, porque respiré deseo y cariño, verdad y castigo. Mi corazón palpitó, tan rápido, y pese a toda la hemorragia que ha sufrido, logró latir, sentir, querer. Y ahí es cuando yo pienso que es el momento, que yo también puedo, que los reptiles tienen oportunidad de hacer algo más que arrastrar sus patas. Pero... ahí comienzan a desviarse los caminos y el círculo se cierra y me encierra, me deja donde mismo, inmóvil, tenaz.
Aunque sea difícil, no voy a moverme, porque qué más da, una historia más, una historia menos. Que me lleve el viento, la marea, la corriente. Que me lleven los cigarros, el vino, las canciones, las fotos, el aroma, la vida. Que la serenidad se hiperventile y la inquietud se tranquilice. Quizás en otra vida las cosas fueron diferentes o lo serán en algún momento.
Nicole Bonout - Intromirada.
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