Qué tan difícil podrá ser hacernos la idea de que por mucha o poca gente que tengamos a nuestro lado, al final del viaje nuestros cuerpos se desintegran solos, porque los otros cuerpos ya se fueron. Aceptar que no nos queda más que llevar a cabo eso que imaginamos desde nuestra niñez, que sí o sí tenemos que construir una casita de madera en el sur, entremedio del frío y de la lluvia, cubriéndonos bajo mantas de lana y fogatas improvisadas, levantándonos cada mañana para preparar un mate con hojas de menta y tostadas con mermelada de mora; motivación y energía para echar a andar las neuronas recordando viejas historias y creando nuevas; inmovilizándolas en hojas impresas. Saliendo luego todas las tardes a conversar con la vida, trabajando para ti misma, para vivir. Y que los sucesos sean reales, presenciales y al mismo tiempo inimaginables. Eso es lo que queda.
Vuelve hoy a soñar en la paz.
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